Osvaldo
Bazán se enamoró alguna vez aquí en Rosario de "Nico", después de
seis años, un día, "Nico"... ¡se fue! Ardua tarea intentar descubrir el por qué del
duro momento que lo llevo a vivir a Buenos Aires, donde logró tras varios trazos, garrapatear
una historia que refleje su amor, tal vez, con la ilusión de recuperar al ser
amado, solo a través de un texto, hoy novela.
Esta
historia -la de Osvaldo y Nico- transcurre en los años '90, un tiempo donde la
ley de matrimonio igualitario aún no existía y, de estos y otros temas no se hablaba
demasiado.
Por
aquel entonces, se comentaba en cambio, que en NY se podía ver una obra
"revolucionaria" por su temática, RENT, obra a la cual asistí el año
de su estreno y realmente sorprendía, no tenía la carga de una superproducción
como las aclamadas The Phantom of the Opera, Miss Saigon o la más que
costosa Sunset Boulevard, si en cambio, mostraba una realidad más cruda,
más descarnada, propia de su tiempo. Los estudiantes dormían en las calles para
conseguir un ticket en pleno invierno. Ver la obra fue respirar algo nuevo,
algo estaba cambiando en New York City.
Paso
mucho más que una década, tanto que olvide la sensación de libertad de aquella
impactante función en la gran manzana.
Distraído,
casi sin querer, visitando La Usina del Arte, espacio recuperado con tino y
digno de visitar en La Boca, llegue a ver "Y un día Nico se fue".
Mientras
esperaba ingresar a la sala recientemente inaugurada vi los libros
de Osvaldo, ¿cómo fue que no leí el libro primero? "Nico" no regreso,
pero el autor, termino publicando un códice que ya está en su 5ª edición.
Cuentan
los que hacen esta historia, que un día Ricky Pashkus comento en Twitter
la ausencia de historias para generar un musical y un poco en serio, un poco en
broma, Bazán respondió "yo tengo un libro"...y el resto, es una nueva
historia.
El
maestro Pashkus, supo ver el potencial del texto y acompaño a Osvaldo en el
proceso de adaptar su propia novela, transmutando la misma en un musical, se
suma a este dúo un acertado Ale Sergi para darle vida a las canciones que con
gracia transitan y hacen posible cada cuadro, alguno dirá que tal vez haga
falta un tema, una canción que identifique la obra, el famoso leitmotiv,
yo diría, que la obra lo es per se.
Walter
Quiroz (Osvaldo) sorprende, con un impecable trabajo, Tomás Fonzi (Nico) recrea
a la perfección el recuerdo de ese joven que se fue, efímero, casi distante y
al mismo tiempo tan presente y displicente.
En el
medio, dos familias y una semblanza de cómo interpretar esa noticia, aquella de
tener un hijo homosexual y un puñado de buenos amigos, que contienen hasta
tanto "la buena nueva" pueda ser comprendida. Pero ese detalle (la
sexualidad) si bien no es menor, queda en un segundo plano, lo importante no es
"con quien", lo valido es -el amor- más tarde, el abandono y por qué
no, el perdón.
Transcurre,
entre encuentros y desencuentros una obra que guarda sorpresas; en algún
momento del espectáculo Osvaldo (Quiroz) se cuestiona, se pregunta y Bazán
desde el público, responde, maravillosa idea que entremezcla realidad y
ficción; antes de finalizar el primer acto, -todos los días-, un invitado
"de lujo", lee al público, aquello que en los '90 estaba ausente y
que hace a los derechos e igualdad de condiciones, nuevas leyes, que cambiaron
para siempre la historia de muchos argentinos.
El
elenco todo, esta impecable, imposible no mencionar a Ángel Hernández, quien
interpreta a un encantador Cupido, demostrando una vez más su versatilidad en
un escenario, curiosamente, Hernández (pisó firme en la versión argentina de
RENT).
Por qué
insisto en comparar las dos obras, simple. No es necesario un gran despliegue
escenográfico, ni una descomunal parrilla de luces, ni una banda con decenas de
músicos. Aquí solo es lo justo, lo necesario. Lo que vale son las
interpretaciones, lo que fortalece es el paso a ritmo de una coreografía bien
marcada y diseñada para un espacio pequeño pero bien aprovechado en cada uno de
sus niveles, aquello que genera risas y lágrimas, es el esfuerzo de
cada uno de los integrantes de la compañía que encarnan todos los personajes
que la mente de Bazán escribió. Un ensamble que permite que ambos protagonistas
vuelen por los aires, sin temor a caer al vacío.
Como
gran relojero que es el director, cada pieza está en su lugar, perfectamente
aceitada y funcionando -en tempo-.
El
público, acompaña, ríe, aplaude, se emociona. La función termina, y la banda
(precisa) sigue tocando melodías mientras uno se aleja.
Al
salir de la función recordé que solo una vez tuve esa sensación de nuevos
aires, de libertad, aquella mencionada más arriba y pensé, mientras contemplaba
La Usina, finalmente Buenos Aires, tiene nuevos aires, la Argentina es otra, y
en gran parte, debemos darle las gracias a Osvaldo y también a Nico, que un
día...se fue.
Columnista
Invitado: Andrés Alcain- Continental Rosario 100.1
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